SOMOS
Somos, apenas,
un cascarón vacío,
un pozo seco.
Somos sólo una gota
de agua de la
llovizna.
SOMOS
Somos, apenas,
un cascarón vacío,
un pozo seco.
Somos sólo una gota
de agua de la
llovizna.
Aljibe
El aljibe de mi
covacha está
lleno de agua
abundosa
que al grato
jardín mucha vida da
para que la alba
rosa,
el geranio, la
azucena y el jazmín
derramen su fulgor.
En el cielo un
travieso serafín
cabalga con
candor.
Es el
aljibe un pozo del deseo,
donde la amada mía
lanza una moneda y en
su rostro leo
su gracia y su
alegría.
DESVARÍOS
Rodulfo González
“Hasta el corazón más frío
sin un aliento se abate,
vivo sin alma no late,
seco se llena de hastío”.
Beatriz Vielman S.
Alondra de Guatemala
En mi covacha tendrás
el amor que tanto ansías,
Tristezas por alegrías
en su seno trocarás.
Y nunca más sentirás,
te lo aseguro, bien mío,
los volcanes
del desvío
entre tu cuerpo rondando.
va mi fuego calentando
Hasta el corazón más frío.
Nada puede contener
la fuerza de nuestro amor.
Ni el más ácido dolor
lo podrá desvanecer.
La luz del amanecer
en belleza se debate,
y mi lírica de vate
apenas boceto fue,
pequeña burbuja
que
sin un aliento se abate.
Covacha magnificada
por un poeta alocado,
a quien la vida ha brindado
su bondad en inspirada
imaginación bordada
con grotesco disparate
que le sirve de acicate.
De pasión se desenfrena.
Es agobiante la pena
vivo sin alma no late.
¿Cómo se puede vivir
sin amor, en soledad,
como paria, en vaguedad?
Es preferible morir
que del amor no sentir
su delicioso rocío.
Y del agua de su río
con ansiedad no beber.
Quien no quiere a una mujer
seco se llena de hastío.
TROPEL
Muere la tarde.
Los pájaros vuelan.
Buscan sus nidos
en ruidoso tropel.
Dormirán hasta el
alba
SIEMPRE
Amor de siempre,
amor eternizado,
amor sublime.
Amor desvanecido
en tu regazo muelle.
YOMO
Esa
mano prodigiosa, amada, que plantó un rosal en mi diminuto jardín de la
amistad, también me ayudó a impedir que Yomo, ese exquisito personaje de mi
infortunada infancia que me espantaba los duendes y me contaba cuentos que
nunca vi impresos en ningún libro, permaneciera más tiempo sumergido en el
anonimato.
Esos
cuentos, amada perdurable, debieron haber sido inventados por Yomo, quien no
sabía leer ni escribir, pero tenía una imaginación que ni tú ni yo poseemos, al
final tenían una moraleja. Sí, amada, uno de ellos, según mi avejentado
recuerdo, hacía referencia a un viajero que al saciar su sed en la fuente
generosa del camino, en vez de darle gracias como hacen los aborígenes de
muchas latitudes primitivas, escupió el agua y al regreso tuvo que sorber su
saliva con el líquido elemento, ya no límpida como antes, sino asquerosa.
¿La
moraleja de este cuento? No puedes escupir hacia el cielo porque la saliva caerá
te caerá en el cuerpo. Si ensucias el
agua que sació tu sed, en vez de bendecirla como hacen los aborígenes de muchas
tribus primitivas de lejanas latitudes, tendrás que sorberla mugrosa al regreso
del viaje.
Yomo,
amada cariñosa, me enseñó una manera peculiar de contar: una, dona, tena,
catona…¿De dónde obtuvo estos conocimientos? Nunca lo supe, porque aparte de su
generosidad y amabilidad hacia mi persona y de su afición al ron blanco, que lo
sumergía en la embriaguez, nada más recuerdo de él.
Yo
creo, amada esplendorosa, que Yomo debe estar cabalgando en el cielo en un
burrito marabalero, cual lo hacía el poeta Juan Ramón Jiménez en Platero el
borriquillo moguereño que viajó con él a la eternidad.
Allí
lo encontraré, amada gentil, y volveré a escuchar sus cuentos y él escuchará
los míos.
Y en los prados del
cielo, deleitaremos a los ángeles y nos olvidaremos de duendes, de tristezas,
de penurias existenciales, de pleitos.
¿Verdad que sí, Yomo?
¿Verdad que sí, amada
ideal?
¿Verdad, amada, que ahora
Yomo cabalgará conmigo hacia la posteridad en mi obra literaria?
PREGUNTA
¿Por qué tan mala
fuiste conmigo, vida
en mi niñez?
¡Orfandad infinita!
¡Ausencia de cariño!
PERENNIDAD
Si fueras flor
silvestre del camino
con el amor
¡Prodigio de la vida!
Perennidad tendrías.
BORRACHO
¡Pobre borracho!
Del licor prisionero
inexorable.
El cuerpo envenenado.
La mente dislocada
INVITACIÓN
Ave de paso,
¡Oh! no quiero que
seas
en mi covacha.
Mora conmigo
para siempre, bien
mío,
en su interior.
CLAVELES
Claves blancos,
claveles amarillos,
claveles rojos,
claveles matizados
de luz y poesía.
Te
lo juro, amada, que si de mi voluntad única hubiera dependido la determinación
suma de cuanto sería mi vida como oficiante, muy distinto sería mi destino,
pues ninguna de las mil actividades laborales que he realizado para subsistir
guarda relación con lo que quise realmente hacer, ya que he aterrizado en ellas
cual avión sin rumbo.
Yo hubiera querido ser, por
ejemplo, carretero para hacer largos viajes en rutas asaz conocidas, seguro de
que a mi regreso tú me esperarías, amada, en la puerta de nuestra humilde
vivienda, con los brazos abiertos y una sonrisa delatadora de la felicidad
derivada de un evento, que no por
rutinario, deja de ser encantador y fascinante para ambos, que medimos la
intensidad de nuestro amor con la vara de la gratificación espiritual que nos
depara, desechando la banalidad de lo efímero material. O también, amada,
jardinero para cuidar, celosamente, ese don de las plantas florales, de todos
los colores y perfumes que la naturaleza, inmerecidamente, ofrendó al hombre,
su peor enemigo. O podría haber sido labrador para compenetrarme con la tierra
y extraer de sus entrañas el jugo de la vitalidad. O finalmente, marinero o pescador
para escudriñar la líquida ruta de los mares y conocer sus secretos.
¿Te atreverías, bien mío, a soltar tus alas, blancas cual las de los
ángeles, las de las airosas garzas de los espléndidos llanos venezolanos y las
de la leche nutricia que da vida, a volar, volar como las mariposas que se
posan sobre las flores para vencer la distancia que separa tu orilla de la mía
y aposentarte en mis brazos, acerados y broncíneos para ti?
¿Te atreverías, bien mío, a sumergirte conmigo en la cavidad del
océano para admirar los pececillos de todas las gamas nadar con la seguridad de
que el pez más grande no se los engullirá y de que no tendrán la tentación
del señuelo del pescador que quiere atraparlos?
¿Te atreverías, bien mío, a acompañarme en mis atolondrados viajes sin
destino cierto?
¿Te atreverías, bien mío, a saludar conmigo, con la complicidad del
silencio, la llegada del alba que anuncia un nuevo día, el crepúsculo que
anuncia cual fílmica cámara lenta, el adiós de la luz y la proximidad de la
noche con sus sombras, sus fantasmas, su luna y sus luceros?
Amo el leve vuelo del colibrí cuando afanosamente introduce su delicado
pico en la flor que escoge para extraer su halo nutricio y continúa su apurado
vuelo hacia otra flor, que pareciera esperarlo.
Amo la leve reverencia impertinente y constante de la ola marina que
besa furtivamente, con sus salados labios, la blanca arena de la playa, que pareciera
regocijarse.
Amo la levedad de mi encuentro contigo, bien mío, ínfimo en tiempo real,
pero inconmensurable en tiempo poético.
Amo la levedad de las flores silvestres porque al morir con el quehacer
de cada día, me regala su perfume y su luz violeta, amarilla, azul, matizada y
carmesí al alba siguiente con más belleza.
Amo la levedad de los recuerdos ingratos porque mi espíritu se libera de
fealdades negativas y se potencializa con lindas vivencias reconfortantes y
positivas.
Con sólo mirarte, bien mío, siento las delicadas caricias que sólo
tú sabes prodigarme, porque tu mirada es hipnótica y arrobadora, capaz de
transportarme a idílicos parajes inimaginables en la realidad por más encanto
que ella tenga.
Con sólo sentir, bien mío, tus delicadas manos en mi áspera frente, cuando la
adversidad me agobia, cuando la angustia carcome cada diminuta porción de mi
ser y cuando las quemaduras de mis andarines pies, de tanto vagar en el
desierto, se hacen insufribles, todo padecimiento físico o mental desaparece y
mi cuerpo y mi alma marchan armónicamente.
Con sólo imaginarte, bien mío, aunque estés en otro hemisferio, te siento
a mi lado, en mi covacha de sueños, platicando loquedades, ofrendándome tu
cariño único y haciendo travesuras, cual si fuéramos niños de padres
amorosos y tiernos.
¡Qué sería de mí, bien mío, si no tuviera el hechizo de tu amor!
UNIVERSO
En mi universo,
construido con
sueños,
no morarás
tirano genocida.
¡Emisario del mal!
Aunque me separe de ti, bien mío, un millón de millas o una centuria,
tengo la sensación gratificante de que estás junto a mí y de que ambos somos
primavera u otoño, luz de una misma fuente de energía y fuego de la misma
estufa, de carbón o eléctrica.
Tengo la sensación de tu presencia, bien mío, en tu aroma,
único, que se adhiere como el agua al río, el silencio a la soledad y la
sombra a la penumbra, en cada diminuto espacio de mi covacha de sueños, en cada
capullo de rosa que se abre para mostrar su belleza íntima, en cada cántaro
donde has libado vino, en el paisaje natural que hemos disfrutado juntos y en
el canto de los pájaros al levantarse con la aurora y al acostarse con el crepúsculo.
Tengo la sensación de tu compañía, bien mío, aunque tu orilla esté
distante de la mía, en los sueños, cuando duermo plácidamente; en los poemas
que he escrito para que solamente tú los leas y en los gratos recuerdos de la
felicidad que me has obsequiado para que la tristeza no se aloje en mí.
¡Sensaciones, bien mío, que me insuflan vida!
¡Sensaciones que me alertan, bien mío, de que en ésta o en otra vida,
resplandecerá nuestro amor en mi covacha de sueños!
TORTURADOR
¿Acaso te crees,
feroz torturador,
que la justicia
no cobrará algún día
tus crímenes
horrendos?
CIBERDELITOS
Los delincuentes,
en el ciberespacio,
usan mil formas
para estafar a
incautos.
¡Qué infames! ¡Qué
perversos!
Te
lo juro, amada, que si de mi voluntad única hubiera dependido la determinación
suma de cuanto sería mi vida como oficiante, muy distinto sería mi destino,
pues ninguna de las mil actividades laborales que he realizado para subsistir
guarda relación con lo que quise realmente hacer, ya que he aterrizado en ellas
cual avión sin rumbo.
Yo hubiera querido ser, por
ejemplo, carretero para hacer largos viajes en rutas asaz conocidas, seguro de
que a mi regreso tú me esperarías, amada, en la puerta de nuestra humilde
vivienda, con los brazos abiertos y una sonrisa delatadora de la felicidad
derivada de un evento, que no por
rutinario, deja de ser encantador y fascinante para ambos, que medimos la
intensidad de nuestro amor con la vara de la gratificación espiritual que nos
depara, desechando la banalidad de lo efímero material. O también, amada,
jardinero para cuidar, celosamente, ese don de las plantas florales, de todos
los colores y perfumes que la naturaleza, inmerecidamente, ofrendó al hombre,
su peor enemigo. O podría haber sido labrador para compenetrarme con la tierra
y extraer de sus entrañas el jugo de la vitalidad. O finalmente, marinero o pescador
para escudriñar la líquida ruta de los mares y conocer sus secretos.
LIRIO
¿Por qué tú, lirio,
no quieres florecer
en mi jardín de
sueños?
¡Oh flor encantadora
de luz iluminada!
BORRACHO
¡Pobre borracho!
Del licor prisionero
inexorable.
El cuerpo envenenado.
La mente dislocada
FEALDAD
¡Qué feo el día!
¿Será que llorarán,
quizás las nubes?
¿Sus lágrimas vitales
bendecirán los
campos?