VERDADES
Al pan llamaste
¡Pan! Señor
Omnipotente;
y al vino ¡Vino!
MAR
Siempre,
amada, respeté la inmensidad del mar y admiré, con poética intensidad, la
belleza multiforme de sus olas, la policromía de su líquido elemento, la
ilusión óptica de cercanía a la costa con que nos engaña cuando hacemos su
travesía en barco y su aparente vecindad con el globo celeste.
No soy
hombre de mar, por ser totalmente obtuso en el conocimiento de las artes
náuticas, pero me gustaría serlo para balancearme con mi barco de diseño único
en el lomo de los caballos de todos los colores y tamaños formados por las
olas, penetrar sus entrañas para profanar el altar de sus tesoros bien
guardados y ponerle fin a mi secular pobreza material, contemplar sus corales
para deleitarme con la singular belleza roja o rosada de los poliperos
calcáreos, que pulimentados se exhiben en las joyerías, y extraer de su seno, marchito
ya por la depredación humana que todo lo destruye inmisericorde e
irresponsablemente, para saciar mi hambre, el hambre de mi familia y el hambre
de mis semejantes, el bienhechor alimento integrado por peces de todas las
especies y tamaños, moluscos, crustáceos y quelonios.
Sé
perfectamente, amada, porque así lo leí en el libro de mi vida, que nunca seré
marino ni pescador y por lo tanto no podré adentrarme en sus profundidades para
conocer sus secretos ni desafiarlo con una nave que jamás conduciré, ni
siquiera en la costa.
VIEJO
Mis pies cansados.
Ya no puedo correr.
Estoy vetusto.
Con lentitud camino
PALABRA
Creo en la palabra
que conduce a la paz, que es vida.
Creo en la
palabra que hace de los pueblos una
aldea global,
Creo en la palabra
capaz de cabalgar en las praderas de la libertad.
Creo en la palabra
que con su magia pone fin a los conflictos bélicos.
Creo en la palabra
que nutre a la humanidad de valores éticos y morales.
Bendita palabra que
rompe los muros de la incomunicación-
Prodigiosa palabra engalanada
con una hoja de laurel como símbolo de victoria.
Palabra que seduce a
los demonios de la violencia para abatirlos.
Palabra que enmudece
no ante la furia de la violencia y la lacera-
Palabra débil o
fuerte según las circunstancias.
Palabra indignada
ante la miseria humana.
Palabra furiosa ante
la destrucción de la naturaleza.
Palabra conmovida por
las fronteras que separan a los pueblos.
Palabra que convoca
al diálogo para abolir las guerras.
Palabra triste cuando
no es escuchada.
Palabra emisaria del
diálogo para evitar los conflictos bélicos.
Palabra en traje de
luz vestida como símbolo de sabiduría.
Palabra de
fraternidad universal
Palabra que no es una
prédica en el desierto.
YOMO
Esa
mano prodigiosa, amada, que plantó un rosal en mi diminuto jardín de la
amistad, también me ayudó a impedir que Yomo, ese exquisito personaje de mi
infortunada infancia que me espantaba los duendes y me contaba cuentos que
nunca vi impresos en ningún libro, permaneciera más tiempo sumergido en el
anonimato.
Esos
cuentos, amada perdurable, debieron haber sido inventados por Yomo, quien no
sabía leer ni escribir, pero tenía una imaginación que ni tú ni yo poseemos, al
final tenían una moraleja. Sí, amada, uno de ellos, según mi avejentado
recuerdo, hacía referencia a un viajero que al saciar su sed en la fuente
generosa del camino, en vez de darle gracias como hacen los aborígenes de
muchas latitudes primitivas, escupió el agua y al regreso tuvo que sorber su
saliva con el líquido elemento, ya no límpida como antes, sino asquerosa.
¿La
moraleja de este cuento? No puedes escupir hacia el cielo porque la saliva caerá
te caerá en el cuerpo. Si ensucias el
agua que sació tu sed, en vez de bendecirla como hacen los aborígenes de muchas
tribus primitivas de lejanas latitudes, tendrás que sorberla mugrosa al regreso
del viaje.
Yomo,
amada cariñosa, me enseñó una manera peculiar de contar: una, dona, tena,
catona…¿De dónde obtuvo estos conocimientos? Nunca lo supe, porque aparte de su
generosidad y amabilidad hacia mi persona y de su afición al ron blanco, que lo
sumergía en la embriaguez, nada más recuerdo de él.
Yo
creo, amada esplendorosa, que Yomo debe estar cabalgando en el cielo en un
burrito marabalero, cual lo hacía el poeta Juan Ramón Jiménez en Platero el
borriquillo moguereño que viajó con él a la eternidad.
Allí
lo encontraré, amada gentil, y volveré a escuchar sus cuentos y él escuchará
los míos.
Y en los prados del
cielo, deleitaremos a los ángeles y nos olvidaremos de duendes, de tristezas,
de penurias existenciales, de pleitos.
¿Verdad que sí, Yomo?
¿Verdad que sí, amada
ideal?
¿Verdad, amada, que ahora
Yomo cabalgará conmigo hacia la posteridad en mi obra literaria?
RELAX
A
mi covacha
fui
sigilosamente
y
me esperabas.
Te
pregunté:
-¿Acaso
mis silencios
música
son?
¿Viajas
con ellos
hacia
perdidos orbes
de
luz ufanos?
Me
contestaste:
-Tus
silencios cautivan,
al
amor llaman.
Místicos
son.
irradian
luces únicas
que
al relax llaman.
Te
respondí:
-¿Te
quedarás?
¿Meditarás
conmigo?
¿Serás
rocío
para
regar mis sueños
casi
reales?
Nada
dijiste,
callaste
y tu mudez
se
hizo elocuencia.
EXTRAVÍOS
Mis
extravíos
duermen en tu silencio
con
placidez.
Ando
perdido
en
la selva de tu amor.
¡No
tengo brújula!
Y
silencioso
disfruto
del cricrí
de
un loco grillo.
Salir
no quiero
de
tu tupida selva
tan
armoniosa.
Tan
atractiva.
de
misterio encantada.
en
magia envuelta.
Selva
bendita.
cómplice
necesaria
de
mi locura.
NACIMIENTO
En El Placer
de mi dolida infancia
¡Oh, poesía!
Naciste ingenua,
montuna, temerosa
como mi vida.
Sombra de guásimo
protegió su piel débil.
Las guacharacas
Serenateras
ruidosas y silvestres
te sublimaron.
Y en el archivo
de mi rural memoria
permaneciste
Apoltronada
en mi covacha-sueño
ya milenaria.
Y despertaste,
letórica de luz,
agigantada
A desplazar,
vestida de lirismo,
tanto silencio.
Sobre este poema Oswaldo Aiffil, escribió:
Los sonidos del silencio...
Me he puesto a investigar sobre el silencio, sobre los sonidos del silencio, y he encontrado tantas respuestas sabias.
Entre otras cosas he descubierto que el silencio absoluto, es decir, la ausencia total de sonido, no existe. El silencio, como titulé mi anterior post, es relativo.
Encontré una historia de un maestro que envía a su pupilo al bosque a escuchar, luego el pupilo viene a contarle que oyó el trinar de los pájaros, el zumbido de las abejas y esas cosas. El maestro lo vuelve a enviar muchas veces hasta que un día el pupilo le cuenta que escuchó “el inaudible sonido de las flores abriéndose, el sonido del sol saliendo y calentando la tierra y el de las hierbas bebiendo el rocío de la noche”. Fue allí cuando el maestro asintió, y dijo: “oír lo inaudible es tener la calma necesaria para convertirse en una gran persona. Recién cuando se aprende a oír el corazón de las personas, sus sentimientos mudos, sus miedos no confesados y sus quejas silenciosas, una persona puede inspirar confianza a su alrededor; entender lo que está errado y atender las reales necesidades de cada uno”.
El Maestro Ramakrishna nos muestra el valor del silencio con estas palabras:
"La abeja revolotea zumbando
hasta tanto no se posa sobre la flor
y liba la dulzura de la miel que hay en ella.
Pero, una vez dentro de la flor,
degusta el néctar silenciosamente.
Mientras el hombre disputa
sobre doctrinas y dogmas,
demuestra que no ha probado
el néctar de la verdad.
Una vez que lo prueba, se torna silencioso."
Por su parte, Simon & Garfunkel nos describen poéticamente el significado de los sonidos del silencio.
Excelente tema, éste del silencio, para reflexionar un poco en estos días…
*Obra del post: "Los sonidos del silencio" de Annrika McCavitt
*El poema de Ramakrishna lo transcribí del blog Alcione, de Chile
SILENCIOS
Silencios fríos,
silencios
conventuales
Sacralizados.
Silencios cálidos,
misteriosos,
tremendos,
envueltos en música.
Silencios cómplices,
silencios que
delatan,
silencios que invitan
al amor pleno,
a la insensatez ebria
de tolerancia.
Silencios míos,
silencios taciturnos
que hablan y callan.
Silencios tímidos,
silencios sepulcrales
de negro traje.
¡Tantos silencios
atormentan mi vida
y la amortajan!
Yomo
Esa
mano prodigiosa, amada, que plantó un rosal en mi diminuto jardín de la
amistad, también me ayudó a impedir que Yomo, ese exquisito personaje de mi
infortunada infancia que me espantaba los duendes y me contaba cuentos que
nunca vi impresos en ningún libro, permaneciera más tiempo sumergido en el
anonimato.
Esos
cuentos, amada perdurable, debieron haber sido inventados por Yomo, quien no
sabía leer ni escribir, pero tenía una imaginación que ni tú ni yo poseemos, al
final tenían una moraleja. Sí, amada, uno de ellos, según mi avejentado
recuerdo, hacía referencia a un viajero que al saciar su sed en la fuente
generosa del camino, en vez de darle gracias como hacen los aborígenes de
muchas latitudes primitivas, escupió el agua y al regreso tuvo que sorber su
saliva con el líquido elemento, ya no límpida como antes, sino asquerosa.
¿La
moraleja de este cuento? No puedes escupir hacia el cielo porque la saliva caerá
te caerá en el cuerpo. Si ensucias el
agua que sació tu sed, en vez de bendecirla como hacen los aborígenes de muchas
tribus primitivas de lejanas latitudes, tendrás que sorberla mugrosa al regreso
del viaje.
Yomo,
amada cariñosa, me enseñó una manera peculiar de contar: una, dona, tena,
catona…¿De dónde obtuvo estos conocimientos? Nunca lo supe, porque aparte de su
generosidad y amabilidad hacia mi persona y de su afición al ron blanco, que lo
sumergía en la embriaguez, nada más recuerdo de él.
Yo
creo, amada esplendorosa, que Yomo debe estar cabalgando en el cielo en un
burrito marabalero, cual lo hacía el poeta Juan Ramón Jiménez en Platero el
borriquillo moguereño que viajó con él a la eternidad.
Allí
lo encontraré, amada gentil, y volveré a escuchar sus cuentos y él escuchará
los míos.
Y en los prados del
cielo, deleitaremos a los ángeles y nos olvidaremos de duendes, de tristezas,
de penurias existenciales, de pleitos.
¿Verdad que sí, Yomo?
¿Verdad que sí, amada
ideal?
¿Verdad, amada, que ahora
Yomo cabalgará conmigo hacia la posteridad en mi obra literaria?
A Melania
No es tu sonrisa, bella dama, enigmática como la de
Esa sonrisa, bella dama, que tú generosamente obsequias a quien necesita de
ella para reconfortar su espíritu, es un espejo mágico donde se reflejan la
alegría en su nivel óptimo, el río de caudalosas aguas que, aun sabiendo que
morirá en el mar, no deja de hacer su recorrido y, si encuentra un obstáculo,
se sumerge en la arena y cumple la voluntad de Dios, o la música de los
pajarillos sobre los esbeltos árboles o encima de los diminutos arbustos.
Que nunca desaparezca de tu rostro, bella dama, esa sonrisa de vida plena, de
alegría y de cautivante poesía.
Escrito está, bien mío, en el arcano libro de mi vida, que nací
para amarte, aunque no sea correspondido.
Y que moriría gustoso, amor, mi muerte ideal, por disfrutar de la
miel silvestre que emana torrencialmente de tus labios.
Sé, flor de un jardín perfecto, que en el humilde lecho de mi
covacha de ermitaño, nunca se posará tu cuerpo en sublime ofrenda de amor.
Sin embargo, mi destino es amarte por siempre, aunque eres
primavera y yo otoño
He hecho, bien mío, un viaje imaginario hacia lo más recóndito de mi
pasado.
Y pocos eventos, bien mío, de esa antipática y desconcertante parte de
mi vida, a un milenio de su ocurrencia, vale la pena recordarse por las heridas
tan dolorosas que provocaron en mi debilitada carne y en mi desconocido
espíritu.
Reviviré, bien mío, para ti, las diminutas vivencias que en los
constantes momentos de adversidad sirvieron de catarsis, palabra que entonces
no estaba en mi léxico, a mis sufrimientos que, sin embargo, afloran en mis
sueños como pesadillas horribles.
Y no te cuento esos episodios que quisiera arrojar bien lejos de mi
subconsciencia, para que no me sigan lacerando, porque no quiero ver que de tus
ojos broten lágrimas de tristeza sino de alegría
¿Lo único placentero de esa época que no puedo apartar de mí?
Los libros que leía desordenadamente, pero que me cautivaban.
Yomo, el viejito que me espantaba los duendes de las noches sombrías.
Agua caliente, donde nunca vi a la ninfa que encantaba al que la viera.
El río, donde me bañaba y jugaba con otros niños, al día siguiente de la
crecida.
La señora Sabina que me santiguaba y me consentía con café y frutas.
El tío Vicente, que me regalaba caña y catuche.
Quisiera, bien mío, no haber pasado por esas etapas de mi alocada vida,
y comenzar desde el momento que te conocí y tú me conociste.
Y
nació el amor imposible.
Amo el leve vuelo del colibrí cuando afanosamente introduce su delicado
pico en la flor que escoge para extraer su halo nutricio y continúa su apurado
vuelo hacia otra flor, que pareciera esperarlo.
Amo la leve reverencia impertinente y constante de la ola marina que
besa furtivamente, con sus salados labios, la blanca arena de la playa, que pareciera
regocijarse.
Amo la levedad de mi encuentro contigo, bien mío, ínfimo en tiempo real,
pero inconmensurable en tiempo poético.
Amo la levedad de las flores silvestres porque al morir con el quehacer
de cada día, me regala su perfume y su luz violeta, amarilla, azul, matizada y
carmesí al alba siguiente con más belleza.
Amo la levedad de los recuerdos ingratos porque mi espíritu se libera de
fealdades negativas y se potencializa con lindas vivencias reconfortantes y
positivas.
¿Te atreverías, bien mío, a soltar tus alas, blancas cual las de los
ángeles, las de las airosas garzas de los espléndidos llanos venezolanos y las
de la leche nutricia que da vida, a volar, volar como las mariposas que se
posan sobre las flores para vencer la distancia que separa tu orilla de la mía
y aposentarte en mis brazos, acerados y broncíneos para ti?
¿Te atreverías, bien mío, a sumergirte conmigo en la cavidad del
océano para admirar los pececillos de todas las gamas nadar con la seguridad de
que el pez más grande no se los engullirá y de que no tendrán la tentación
del señuelo del pescador que quiere atraparlos?
¿Te atreverías, bien mío, a acompañarme en mis atolondrados viajes sin
destino cierto?
¿Te atreverías, bien mío, a saludar conmigo, con la complicidad del
silencio, la llegada del alba que anuncia un nuevo día, el crepúsculo que
anuncia cual fílmica cámara lenta, el adiós de la luz y la proximidad de la
noche con sus sombras, sus fantasmas, su luna y sus luceros?
Con sólo mirarte, bien mío, siento las delicadas caricias que sólo
tú sabes prodigarme, porque tu mirada es hipnótica y arrobadora, capaz de
transportarme a idílicos parajes inimaginables en la realidad por más encanto
que ella tenga.
Con sólo sentir, bien mío, tus delicadas manos en mi áspera frente, cuando la
adversidad me agobia, cuando la angustia carcome cada diminuta porción de mi
ser y cuando las quemaduras de mis andarines pies, de tanto vagar en el
desierto, se hacen insufribles, todo padecimiento físico o mental desaparece y
mi cuerpo y mi alma marchan armónicamente.
Con sólo imaginarte, bien mío, aunque estés en otro hemisferio, te siento
a mi lado, en mi covacha de sueños, platicando loquedades, ofrendándome tu
cariño único y haciendo travesuras, cual si fuéramos niños de padres
amorosos y tiernos.
¡Qué sería de mí, bien mío, si no tuviera el hechizo de tu amor!
Aunque me separe de ti, bien mío, un millón de millas o una centuria,
tengo la sensación gratificante de que estás junto a mí y de que ambos somos
primavera u otoño, luz de una misma fuente de energía y fuego de la misma
estufa, de carbón o eléctrica.
Tengo la sensación de tu presencia, bien mío, en tu aroma,
único, que se adhiere como el agua al río, el silencio a la soledad y la
sombra a la penumbra, en cada diminuto espacio de mi covacha de sueños, en cada
capullo de rosa que se abre para mostrar su belleza íntima, en cada cántaro
donde has libado vino, en el paisaje natural que hemos disfrutado juntos y en
el canto de los pájaros al levantarse con la aurora y al acostarse con el crepúsculo.
Tengo la sensación de tu compañía, bien mío, aunque tu orilla esté
distante de la mía, en los sueños, cuando duermo plácidamente; en los poemas
que he escrito para que solamente tú los leas y en los gratos recuerdos de la
felicidad que me has obsequiado para que la tristeza no se aloje en mí.
¡Sensaciones, bien mío, que me insuflan vida!
¡Sensaciones que me alertan, bien mío, de que en ésta o en otra vida,
resplandecerá nuestro amor en mi covacha de sueños!
DESCONOCIDO
Como nadie me conoce.
Como mi popularidad
no trasciende
más allá de una legua
de distancia.
Como apenas soy
conocido por la hormiga,
por la tierra que
piso,
por el aire que
respiro.
Como quiero que todo
el universo me conozca,
que los habitantes de
otros planetas
sepan de mi
existencia,
abandoné un día mi
covacha
de ser simple y
anónimo
y me fui a pregonar
mi nombre
en la inmensidad de
la tierra,
en lo insondable del
mar,
en mundos ignotos.
Como quiero que mi
obra
se proyecte en los
infinitos milenios,
escribí mi
accidentada historia
en el rugoso papel de
la arena
de una íngrima y sola
playa.
JARDINERO
¡Oh, jardinero!
No dejes que
fallezcan,
por desamor,
ni los lindos rosales,
ni las galantes lilas.