CÁNTARO
Con
mis ordinarias manos de alfarero antiguo, bien mío, construí el cántaro
donde purifico el agua que extraigo suavemente para ti del aljibe que me surte
del vital líquido en la humilde covacha donde vivo desde hace milenios,
cansado ya de tanto ruido, de tanta vaciedad y de tanta indolencia.
Cerní con cedazos de variados calibres la arcilla que extraje de la garganta,
rebelde e insumisa, de la tierra del huerto donde siembro las plantas que
al desarrollarse fructifican para proporcionarme el alimento nutricio que
comparto contigo cuando me visitas cada centuria y las flores de diferentes
coloridos y dimensiones que te obsequio para que goces de su perfume y luzcan
orondas en tu cabellera de cascada.
Tú eres el cántaro, bien mío, que alimentas mis resecos labios sólo con las
huellas indelebles de los tuyos que quedan en su arcilla cuando lo
colocas en tu boca, que yo no limpio para sentirte siempre en mi covacha,
aunque estés a millones de leguas de distancia.
Amo a ese cántaro, bien mío, porque en él está la humedad deseante y sensual de
tus labios.
¡Cántaro prodigioso, bien mío, que
nunca se romperá porque lo construí con imperecedera arcilla de amor!
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