CITA
Tiempo perdido,
Ilusiones frustradas
¿por qué no fuiste,
alma mía a la cita?
Murió la tarde
encinta de dulzura.
¿Por qué dejaste
que murieran mis
sueños?
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Tus menudos
  y delicados pies de princesa, amada, y los míos de labrador, rústicos y
  ordinarios, bailaron incesantemente con el melodioso canto de un turpial de
  ufano porte, sobre las frágiles uvas lilas y glaucas, recién cosechadas, para
  extraerles el dulce y generoso zumo que transmutamos en vino bienhechor el
  cual libamos, hasta embriagarnos amorosamente, como ofrenda de gratificación
  a la madre tierra, por ser tan generosa; al agua, por nutrir las vides
  durante todo el mirífico proceso de crecimiento, y al sol por darle la exacta
  maduración al fruto, final feliz de una esperanzadora jornada agrícola meses
  atrás. 
Inexpertos
  como lo éramos, amada, en el arado de la tierra para someterla y arrancarle
  el prodigioso premio vital escondido en sus entrañas, sabíamos que con
  tenacidad ilímite, paciencia suprema y aprendizaje permanente podíamos
  domeñarla, amistarnos con ella, para así cosechar el fruto que luego, en
  festivo ritual, comimos y sorbimos golosamente hasta extasiarnos, calmadas ya
  nuestra sed nuestra  hambre. 
Esta
  tierra, amada, escogida al azar para cultivar nuestras vides, no era
  ubérrima; sin embargo, la amorosa dedicación que le ofrendamos hizo el
  milagro de la abundante fructificación | 
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