GÜICHA
Llenaste de belleza, amiga siempre en lugar predilecto
de mi añejo corazón, los primeros años de mi atormentada vida.
Tú, como yo, sentiste en tu debilucho cuerpo el dolor
de la perversidad de tu madrastra, mala en grado sumo, que cual el hada mala de
los cuentos que por primera vez me sumergieron en el mundo de lo maravilloso
contigo, sonreía siniestramente. de su crueldad.
Sufriste, Güicha, estoicamente, el fuego horrible que
brotaba de su boca, parecido a los de los dragones, personajes malos de
los cuentos que leí porque tú me los prestabas, pero no le diste el gusto de
que gozara con las lágrimas que ella esperaba que surgieran de tus ojos,
producto del maltrato, ni gritaste, ni pediste auxilio.
Fuiste rebelde ante la adversidad, compañera de juegos
interminables, inductora de mis primeras lecturas.
Por ti, amiga de mis primeros años, conocí al “Patito
Feo”, a “Aladino y la lámpara maravillosa”, “Simbad el marino”, a “Alí Babá y
los 40 ladrones”, a “Blanca Nieves”, a “Pulgarcita”, a “Cenicienta” y muchos
otros personajes que en mi ingenuidad campesina creí reales.
Tú, amiga inolvidable, buscaste auxilio en la doctrina
cristiana y te internaste en un convento.
Allí te vi por última vez.
¿Dónde estás, Güicha?
Sé, porque palpé tu bondad en esos terribles primeros
años nuestros, que en cualquier lugar del mundo donde te encuentres, estarás
prodigando el bien.
Sé que no hay odio en tu corazón.
Y si estás en los prados del Señor, cabalgas con los ángeles en un brioso caballo
etéreo, parecido al de los cuentos que leí por ti.
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