SEQUEDAD
Rodulfo González
De tanto deambular, bien mío, por el áspero y
torturante desierto en busca de nada, sólo por dar rienda suelta a ese afán de
aventura sin sentido que me impide ser sedentario, y no nómada demencial como
lo soy, persona común, y no Marco Polo, como me creo, sin la intrepidez
del guerrero ni sus conocimientos astronómicos para orientarme en la
inmensidad de desconocidos mares y, menos todavía, la pericia
marinera que me conducirá al destino de mis correrías, se me ha secado la mente
y mis sandalias, de tanto caminar, perdieron su capacidad de proteger mis
rugosos pies, llagados por el inclemente fuego las arenas desérticas.
Sé, bien mío, que no sanarás con esencias
aromáticas las heridas de mis pies, cual lo hiciera María Magdalena
con las extremidades inferiores de Jesucristo.
Pero sí colocará amorosamente mis pies en el
recipiente de peltre que llenarás del agua cristalina recogida con
especial delicadeza del manantial que nutre tus sueños y los míos.
Y mis pies sanarán para otra nueva alocada aventura
que tus mimos no podrán impedir por mi naturaleza nómada.
Y las neuronas de mi debilitada mente, con tus
ungüentos de amor, recobrarán sus fuerzas.
Y volveré a escribir poemas que, como siempre, sólo
tú leerás, porque son para ti únicamente y no quiero que pierdan el valor de su
intimidad con una lectoría masiva que, por sublimes, le dará el rango de
favorito o por horripilantes sólo leerán una o dos estrofas para luego
quemarlos o lanzarlos al cesto de la basura.
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