FANTASMAS
I
Me aterrorizan, amada, los fantasmas de la noche porque me trasladan,
sin mi anuencia, a momentos de mi atormentada vida que no quiero recordar por
horripilantes, desgraciados e infelices.
¿Cómo hago, amada, para borrar de mi angustiada mente estos recuerdos
horribles que al vivenciarlos en los sueños se convierten en terribles
pesadillas y que sólo son abatidos, tras desigual lucha, con el despertar que
demora un siglo en sacarme del fuego infernal de esos seres terribles?
Ningún sortilegio, amada, ha podido librarme de esos fantasmas que
inexorablemente esperan, como el cazador a su presa, como el mar al río que
devorará o como el caballo que para vencer la adversidad esperaba un rey
para cambiarlo por su trono, para atraparme en sus redes y llevarme a
vivenciar oníricamente, con inevitable frecuencia, terribles instantes pasados
que hirieron con saña indescriptible mi tierna carne de entonces y mis
sentimientos rodeados de pureza e inocencia.
¿Acaso, amada, mis pecados fueron tantos y tan terribles para que
los azotes que recibí por ellos en tiempo real no fueron suficientes y tenga
que expiarlos en los sueños que deberían ser plácidos y no tormentosos?
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