CAJITA
A
Saba
Quien me regaló la cajita, elaborada por un ebanista de
extraordinarias habilidades artísticas, no me advirtió que no la abriera ni
para guardar mi más preciada joya, la que adquirí en una lujosa joyería sita en
lejana ciudad cuyo nombre no recuerdo.
Tampoco yo había leído el mito griego de la caja de Pandora.
Y un día tormentoso tomé la diminuta llave que abría su cerradura para guardar
en su misterioso vientre mis pocas alhajas.
Y al abrirla salieron alborotadas, como las palomas cuando nos acercamos
a ellas, o los niños cuando se les sorprende haciendo travesuras, todas mis
vivencias gratas y adversas desde que llegué a este mundo de lágrimas, de
espantoso sabor salínico.
Y como en la caja de Pandora, sólo quedó en el vientre de la primorosa cajita
la exquisita vivencia de la esperanza.
Y esa esperanza marcó, cual brújula, con cabal exactitud, cada paso que desde
entonces di en la vida.
Y esa esperanza cambió el color del cristal, único, con el cual miro las cosas.
Y esa esperanza animó mi fe.
Y esa esperanza alejó de mí la adversidad porque sentí indiferencia hacia ella,
seguro de que sería abatida por los dones de la gratificación.
¿Acaso después de la tormenta no viene la calma?