ROGATIVA
Te suplico humildemente, Señor omnipotente, que no me
obligues a poner la otra mejilla, cuando sea golpeada una, porque te
desobedecerá.
Permíteme, sí, que huya rápidamente de mi enemigo para no
seguir siendo maltratado.
Permíteme, sí, que reprima mis impulsos agresivos para no
agredir igual o en mayor medida a quien me hiera.
Sé, Señor omnipresente, caritativo, generoso y tolerante, que al desobedecer tu sagrada
voluntad me expongo a sufrir el castigo divina que mi rebeldía merece.
Pero es que yo no soy. Señor misericordioso, como el
sándalo, esa planta maravillosa de poderes curativos, que perfuma el hacha que
la hiere.
Ni soy San Francisco de Asís, el piadoso predicador de tu Santa Palabra, que le dio un beso al
leproso.
Ni soy Fra Angélico, el divino artista que por respeto
pintaba los ángeles de rodilla.
Sencillamente soy un pecador que te suplica humildemente
que coloques a mis enemigos a mil leguas de distancia para no sufrir el
bochorno de su presencia por el temor de ser herido.
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