ROSAS
En
mi poético jardín, nutrido con impoluta
agua del rocío matinal, sembré con mis manos ya rugosas por tanto uso, plantas
de rosas amarillas, que al abrir sus delicados botones para que los pétalos me ofrendaran
su belleza amarilla parecida a la brillantez del oro, al trigo al vestuario floral del araguaney, al girasol
y a mi tristeza.
Rosas
llevaba María a la habitación de Efrain para embellecerla y sublimizarla de
ella y rosas amarillas, rojas y blancas poetizan la hacienda El Paraíso,
escenario física de la inmortal novela de Jorge Isaacs, que conocí, y donde
sentí una sensación única de amor, paz, de poesía.
Rosa,
pero amarilla, era la flor preferida de Juan Ramón Jiménez, el inmortal autor
de “Platero y yo”. En Moguer, ¡Oh poesía!, conocí el pesebre de Platero y también su
tumba de Fuentepiña que cada año los poetas españoles visitan montados en
borriquillos.
En
otra vida quisiera ser jardinero para sembrar rosas amarillas.
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