ROXY
Te busqué, amiga del alma, apoltronada cómodamente en el lugar más exquisito de mi corazón, en cada resquicio del ciberespacio, y no te hallé. Te busque, Roxy, amiga ideal, en Iniciación, el poemario que iba a ser mi primigenio y te dediqué, y por desidia y limitación económica, nunca publiqué, de lo cual no siento remordimiento, pues analizados con el crisol del tiempo, comprobé sus debilidades líricas y no pude encontrarte. Te busqué entre los rastrojos, ya casi extinguidos, de nuestra vivencia en Salamanca, cuando cual guía turística me mostraste el escenario donde se desarrolló la trama de la novela El Lazarillo de Tormes y el pupitre donde se sentó Fray Luis de León, luego de su excarcelación, y pronunció la frase que lo inmortalizó, “Como decíamos ayer” y no encontré huellas tuyas, amiga única, que tanto elevó mi confundido espíritu, en aquellas largas conversaciones telefónicas que sosteníamos para mitigar los efectos desagradables de la guardia nocturna en la Policía Judicial, vehículo de nuestra amistad. Te busqué, exquisita amiga, en el recuerdo ya añejo por el tiempo debilitó, en la epístola que me enviaste a Washington para darme la buena nueva de tu viaje a España a seguir estudios universitarios y mi esfuerzo fue fallido.
Pero estabas en mi subconsciente, inolvidable amiga Roxy, y te posesionaste de mi sueño, morada de muchos huéspedes intrusos que evitaría ver en la realidad por hipócritas, y resurgió nuestra amistad, que parecía tan real, que hasta te pregunté por Ñañita, tu bondadosa madre, cuyo nombre de pila nunca me preocupé de averiguar.
¿En dónde estás, Roxy, amiga del alma? ¿Cuánto estrago has sufrido de los años?
Vives en mis sueños, Roxy única, amiga de siempre, y de allí nadie te expulsará.
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