RUTH
Rodulfo González
Mis cereales, amada,
ya estaban maduros y listos para ser cosechados, luego de haberlos cuidado con
particular y especial esmero. Era la primera vez que recibía de la tierra el
fruto de mi trabajo y por tal razón sentía una felicidad que nunca, hasta
entonces, había experimentado. Contraté hombres y mujeres pan segar las mieses
y al final de la jornada, que fue extenuante, porque los rayos solares herían a
mansalva la piel de los recolectores, todos curtidos en tales menesteres
agrícolas, celebramos con vino y exquisitos manjares hasta caer, embriagados,
al recubierto suelo de espigas en cuyo seno yacían los granos de trigo que en
un proceso posterior irían a la trilla para su liberación y estar en
condiciones de ser llevados al molino que los convertiría en harina, materia
prima del pan, fuente nutricia de la vida.
Recordé, amada, a
Ruth la moabita y comparé esta escena imaginaria con la que describe la Biblia
en el Viejo Testamento y hallé semejanzas en ambas. Ruth, personaje en quien
admiré su valentía y su audacia romántica para enfrentarse a su destino,
dictado por la costumbre de la época, de convertirse, viuda, en mujer de Booz,
su pariente, eras tú, y Booz, el dueño del trigo maduro, era yo.
Y cuando el vino me
doblegó, porque lo tomé en abundancia, tú viniste a donde yo dormía plácidamente
y te acostaste en mi incómodo lecho para ser mi mujer y desde entonces fuimos
una sola persona.
¡Qué inolvidable
noche de amor!
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