COLOFÓN
A ti,
amada omnisciente y ubicua, producto de mis vivencias oníricas, de mis
fantasías y una que otra realidad, van dirigidas estas páginas que debieron
haber tenido vida hace siglos o quizás milenios.
Porque
yo, amada inmortal y luminosa, he vivido muchas vidas, y ésta de ahora, que he
compartido contigo y con muchas otras doncellas, es apenas la continuación de
una existencia anterior, que presumo transcurrió en una friolenta aldea de
labradores de inconmensurable altura, y el pórtico de otra ya cercana que no sé
cómo, cuándo ni dónde se materializará.
¿Por
qué te hablo de siglos y milenios en vez de años y meses, como sería lo
natural? Porque mi discurso, simple como una gota de agua y diáfano como la
sonrisa de un niño, está expresado en lenguaje poético, que nada tiene que ver
con el tiempo real.
A ti,
dulce y consecuente amada, que durante milenios has estado aposentada en lo más
recóndito de mi conciencia sin que yo lo notara, puesto que esa era tu soberana
decisión, debo la inspiración de esta obra, que aparentemente son producto de
mi talento e inteligencia, pero que en honor a la verdad te pertenecen porque
tú le insuflaste vida con tu inagotable numen, y mi participación en ese proceso
de creación poética fue de simple partero o de canal de comunicación para que
viera la luz e irradiara sus rayos a todos aquellos lectores que se aproximen a
ella. ¡Gracias, amada eterna!
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