AMISTAD
A Nelys Antonia
Mi minúsculo jardín de la amistad, amada
increíble, ya casi mustio por la carencia angustiosa del agua nutricia,
amaneció con un rosal amarillo, resplandeciente cual el sol de la mañana,
gracias al rocío bucólico que vino de las agradables montañas de Tunapuy y de
la ruidosa urbe carupanera que años ha, cuando era apenas la única referencia
de ciudad conocida en mi lejana adolescencia, fue testigo muda de mis penas,
que eran muchas, y de mis alegrías, muy escasas.
¿Será este rosal, amada paciente y querendona,
tan voluble como las flores silvestres que nacían y morían en mi infancia con
la aparición del sol y la inevitable llegada de la luna y su cargamento de
duendes que sólo existían en mi mente, entonces cándida cual la sonrisa de los
niños y el canto angelical de los pajarillos ariscos que huían al acercármeles,
o durará acaso, como la siempreviva o como el río que nunca se cansa de
derramar su regalo de agua, fuente de vida?
Dime, amada, como lo has hecho en
otras situaciones de incertidumbre, qué debo hacer para que ese rosal
permanezca siempre en mi jardín ofrendándome su belleza, bendiciéndome con su
color amarillo, saludándome con su luminosa mudez y recordándome el don de la
gratitud.
-Esa rosa, amado, para que nunca
languidezca, deberá recibir agua nutricia, además del manantial nuestro, que le
sirve de espejo a los luceros, de las manos que sembraron la planta que le dio
vida.
Por mí, amada, ese regalo de la naturaleza
a mi minúsculo jardín resplandecerá por siempre, pues le prodigaré singular
cuidado al rosal que le dio vida para que sea fuerte como el roble, el
hierro o la piedra.
¿Tú me ayudarás, amada idílica, a combatir
el paso del tiempo con la ternura que le prodigaré?
¿La prodigiosa mano que plantó el rosal
tendrá la perseverancia para que esa flor nunca se marchite?
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