LLUVIA
II
¡Llueve,
bien mío!
¡Llueve
a cántaros!
Y
cada gota de agua, bien mío, que derrama el cielo con generosidad
es una bendición divina.
Y
la lluvia nos hace sentir niños aunque tú seas primavera y yo otoño.
Y
cantamos alocadas canciones.
Y
saltamos como saltarines de circo.
Y
nuestras ropas, fina la tuya, ordinaria la mía,
se
empapan de agua de lluvia.
Y
tu vestido parece de tul.
Y
parecieras estar desnuda.
¡Me
gusta, bien mío, bañarme en la lluvia porque regreso a mi lejana niñez!
Y
la lluvia, copiosa y cantarina, llena de agua pura
el
aljibe cuasi seco de mi covacha de sueños.
Y
las plantas de la montaña, casi muertas ya por la inclemente sequía,
reverdecen.
Y
parece la montaña una gigantesca alfombra verde
tejida
por los mil duendecillos que habitan
en
la magia de la poesía.
Y
los agricultores celebran la llegada de la lluvia
porque
sus sembradíos no se secarán.
Y
el río, escuálido por el verano quemante, recobra
su
abundancia.
Y
los pajarillos celebran con conciertos únicos
la
visita de la lluvia.
¡Oh,
lluvia bienhechora!
Heraldo
de vida.
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