SEQUEDAD
De tanto deambular, bien mío, por el áspero y torturante desierto en
busca de nada, sólo por dar rienda suelta a ese afán de aventura sin sentido
que me impide ser sedentario, y no nómada demencial como lo soy, persona
común, y no Marco Polo, como me creo, sin la intrepidez del guerrero ni
sus conocimientos astronómicos para orientarme en la inmensidad de desconocidos
mares y, menos todavía, la pericia marinera que me conducirá al
destino de mis correrías, se me ha secado la mente y mis sandalias, de tanto
caminar, perdieron su capacidad de proteger mis rugosos pies, llagados por el
inclemente fuego las arenas desérticas.
Sé, bien mío, que no sanarás con esencias aromáticas las heridas
de mis pies, cual lo hiciera María Magdalena con las extremidades
inferiores de Jesucristo.
Pero sí colocarás amorosamente mis pies en el recipiente de peltre
que llenarás del agua cristalina recogida con especial delicadeza del manantial
que nutre tus sueños y los míos.
Y mis pies sanarán para otra nueva alocada aventura que tus mimos no
podrán impedir por mi naturaleza nómada.
Y las neuronas de mi debilitada mente, con tus ungüentos de amor, recobrarán
sus fuerzas.
Y volveré a escribir poemas que, como siempre, sólo tú leerás, porque
son para ti únicamente y no quiero que pierdan el valor de su intimidad con una
lectoría masiva que, por sublimes, le dará el rango de favorito o por
horripilantes sólo leerán una o dos estrofas para luego quemarlos o lanzarlos
al cesto de la basura,
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