LÈEME
Hasta que tú no lees, amada inmensa, cada palabra que vierto en el solitario
papel para que escapen de mi angustiada conciencia los textos poéticos o
periodísticos, razones, contigo, de esa lucha de cada día, no confío en su belleza
estética, capaz de encantar a lectores anónimos que nunca conoceré.
Sé, amada única, de la inconmensurable simpatía que sientes por todo cuando
escribo, aunque carezcan de valor literario y tengan la profunda herida que
dejan en mi escritura la impericia ortográfica que poseo y no puedo superar, y
la incoherencia, rayana en caos, de la ausencia de concordancia entre una
estrofa y otra.
No tienes el valor, amada mía, de mostrarme los errores, muchos, que subyacen
en cada texto que texto que escribo para ti.
Crees herirme, bella amada.
Y por eso, sí, toleras mis errores escriturales.
Y me alabas.
Léeme, amada ideal, con espíritu crítico.
Señala cada error, por mínimo que sea.
Yo no me sentiré triste, amada.
Yo no dejaré de emborronar cuartillas, amada fiel, hasta acercarme a la
perfección.
Como hacía Juan Ramón Jiménez.
Léeme, amada consentida, como si el texto no fuera mío.
Léeme, sí, no me complazcas, para acercarme un poquito cada día al poema
exacto.
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