POESÍA
No creas, amada de
increíble tolerancia, que mi ingreso al mundo de la poesía, donde me siento tan
a gusto, se produjo en el río de Marabal, en lo recóndito del corazón de mi
niñez biológica campesina o en el rostro de una niña encantadora como tú.
No, amada de ternura
infinita, fue en la odiosa sombra de un cuartel, lleno de crueldades insólitas,
de superiores inmisericordes y deshonestos, de seres robots sin un átomo de
piedad hacia el débil.
Y mi primer poema, un
soneto, tuvo como título “El fusil y el deber”, del cual subsisten todavía en
mi memoria, resistente al olvido total,
algunas estrofas, que por odiosas, no te las recito para que me
acompañen a la tumba y se confundan con el polvo de la tierra, como mi cuerpo
todo.
Ese fue, amada de
increíble belleza, el génesis de esa poesía que cautiva a tu espíritu y te hace
soñar, como a mí, con estrellas, música, naturaleza salvaje, jardines edénicos,
querencias, ideales, delicias y amores perfectos.
¡Cuánto amo a la
poesía que nutre mi vida de exquisita
libertad!
¡Cómo aborrezco a los
cuarteles forjadores de tiranos despreciables!
¿Por qué fue un
cuartel, amada sueño y realidad, y no tu regazo, o el canto de los pajarillos,
o el sonido musical de la corriente de mi río, el génesis de esa poesía que
tanto alabas?
¿Sería para que me
protegiera de la bayoneta que llagó mi juvenil cuerpo y del castigo sin motivo
de la barbarie cuarteril?
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