LOCA
¡Oh,
Sor Juana Inés de la Cruz!
La
loca de la casa,
como
llamaste a la mente,
anda
suelta en la autopista de la vida,
en
los quemantes caminos,
en
mi letra trastocada en versos
que
nadie lee, por insípidos,
por
banales, por alocados.
Tú,
exquisita religiosa,
que
ruborizaste a la hipócrita sociedad de tu época
con
versos sensuales, atrevidos, impertinentes,
no
pudiste cortarle las alas
a
la loca de la casa.
Y
leíste los libros prohibidos.
Y
escribiste versos prohibidos
(“Hombres
necios que acusáis
a
la mujer sin razón)
que
han vencido, por gloriosos,
el
paso fatal del tiempo.
¡Son
jóvenes tus versos!
Son
avanzados.
Son
sublimes.
Son
asexuales.
Son
audaces.
¡Loca
valiente de la casa
que
liberaste para vencer
las
sombras de la hipocresía religiosa,
de
la hipocresía virreinal!
¿Hubieras
podido, Sor Juana Inés de la Cruz,
escribir
tus textos poéticos, catapultados a la eternidad
por
irreverentes, por exactos, por universales,
sin
la ayuda de la loca de la casa?
¡Oh,
delicada loca de la casa, sensitiva,
cautivante,
primorosa!
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