HAMBRE
Tengo mucha hambre,
amada, después del largo viaje que me llevó a imaginarios lugares
cuadrados, verticales, redondos, lumínicos, tranquilos.
Mi hambre, amada, no puede saciarse con el exquisito pan que amasan tus
delicadas manos y luego los horneas en el horno de arcilla que construí para
ti.
Ni la fresa temblorosa de tus labios en los míos.
Ni el manjar más apetitoso.
Ni el dátil ni la miel del ángel que alimentaron a San Onofre en el
desierto.
No, amada, tú no puedes saciar mi hambre.
Porque tengo hambre de sabiduría que sólo el sabio milenario que busqué en mi
viaje sin destino cierto, y no encontré, por no ser digno de recibir sus
enseñanzas, puede prodigarme.
Porque tengo hambre de la humildad que mi soberbia ha arrojado a un sitio que
ahora no puedo encontrar.
Porque tengo hambre de la
sencillez que mi arrogancia alejó.
Algún día, amada, saciaré mi
hambre.
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