RUTH
Mis cereales, amada, ya estaban
maduros y listos para ser cosechados, luego de haberlos cuidado con particular
y especial esmero. Era la primera vez que recibía de la tierra el fruto de mi
trabajo y por tal razón sentía una felicidad que nunca, hasta entonces, había
experimentado. Contraté hombres y mujeres pan segar las mieses y al final de la
jornada, que fue extenuante, porque los rayos solares herían a mansalva la piel
de los recolectores, todos curtidos en tales menesteres agrícolas, celebramos
con vino y exquisitos manjares hasta caer, embriagados, al recubierto suelo de
espigas en cuyo seno yacían los granos de trigo que en un proceso posterior
irían a la trilla para su liberación y estar en condiciones de ser llevados al
molino que los convertiría en harina, materia prima del pan, fuente nutricia de
la vida.
Recordé, amada, a Ruth la
moabita y comparé esta escena imaginaria con la que describe la Biblia en el
Viejo Testamento y hallé semejanzas en ambas. Ruth, personaje en quien admiré
su valentía y su audacia romántica para enfrentarse a su destino, dictado por
la costumbre de la época, de convertirse, viuda, en mujer de Booz, su cuñado,
eras tú, y Booz, el dueño del trigo maduro, era yo.
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