PERDONAR
A Doña Luisa Cordero
“¡Cómo puedo yo orar
enojado con mi hermano!
Dios no escucha la oración
si no me he reconciliado”.
Anónimo
Cansado,
amada, de orar y de ofrendarle mis más bellos y sinceros cánticos al
Omnisciente Arquitecto Universal, en la búsqueda del divino consuelo para mis
penas y tribulaciones que ya mi débil humanidad no estaba en capacidad de
resistir, por su extrema severidad y mi indefensión.
Me trasladé
esperanzado, amor de siempre, alimento nutricio de mi bienhadada inspiración,
trasladarme, hasta el salón que en mi añejo castillo de sueños alberga al
espejo mágico que da respuesta certera a mis interrogantes y a las tuyas, para
preguntarle, vueltos añicos mis nervios, el porqué mis plegarias, cánticos y
oraciones no llegaban hasta el celeste trono del Señor que mueve todo lo que tiene
vida en el universo y le imprime movilidad a las cosas que carecen de ella.
-Poeta, que
es como me denomina el espejo mágico, Dios no te escucha porque tu corazón,
residencia de todos los sentimientos humanos, está rebosado de rencores y
animosidad hacia tus semejantes.
-¿Qué debo
hacer, entonces, riposté con franciscana humildad, para que Dios escuche mis
oraciones, cánticos y plegarias para que
mi cuerpo y espíritu accedan a la santidad divina que les devolverán la
normalidad a la cual tiene derecho por obra y gracia de su voluntad desde el
momento de nacer?
-La repuesta
es obvia, respondió: Haz votos de
perdón, empezando por fi, y continúas con tus enemigos, los conocidos y
los encubiertos, que son los más peligrosos y perversos, pues bien explícito lo reza el proverbio “Del agua
mansa líbrame Dios que de la brava me libro yo”.
Seguí los
consejos del espejo mágico, amada mía, y me di a la tarea de perdonar a todos
mis enemigos y a mí, que fue lo más difícil, y la normalidad retornó a mi alma
y a mi cuerpo para instalarse definitivamente en ellos.
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