PRODIGIO
II
Un beso tuyo, niña mía, en los
labios, en la mejilla o en la sien, aunque a distancia, aleja de mi avejentado
cuerpo la tristeza más grande que me embargue, la dolencia más fuerte que me
aqueje y la necesidad de amor que me acongoje.
Una sonrisa tuya, niña mía,
presencial o virtual, me hace sentir, en cada porción de mi cansado
cuerpo, el poder prodigioso del amor, capaz de vencer una tormenta, un
huracán e insuflarle vida a una piedra.
El roce de tus delicadas manos,
por mi frente, niña mía, cuando el fuego de la fiebre me hace delirar y el
dolor de mi encanecida cabeza me atormenta y me hace sufrir a niveles
insoportable, opera el prodigio de la sanidad.
Tu mimosidad, niña mía, cuando
mi inspiración se amotina y no quiere derramar sobre el papel blanco cual mi
mente las palabras perfectas que les proporcionen vida al poema, al cuento o a
la epístola, vencen los obstáculos que los mantienen prisioneros y emanan
prodigiosos textos a caudales.
¡Prodigiosa niña primaveral que
iluminas mi ocaso!
No hay comentarios:
Publicar un comentario