EURÍDICE
A Leticia
Cuando te vi por primera vez, Eurídice, en el
extinto Cine Rex de Carúpano, te creí real y lloré como un niño cuando un
hombre disfrazado de muerte te privó de la vida.
Te creí brasileña, mulata, porque eras el amor inolvidable de Orfeo.
“Orfeo Negro”, versión fílmica del mito griego made in Brasil, en un escenario
del carnaval carioca.
Orfeo, no con la lira que cautivaba a quienes oyeran sus notas, sino con una
guitarra, lograba, con cronométrica exactitud, la esplendente salida del sol.
Desde entonces, encantadora Euridice, brasileña o griega, te aposentaste en lo
más profundo de mi corazón, como milenios después Merryl Streep, Ingrid Bergman
o Julia Robert.
Y ahora que sé de tu condición de mito, convertido en Orfeo decididamente
enamorado, te rescataré del Hades, la morada de los muertos.
Caronte, encantado con mi lira prodigiosa, me llevará hasta el inframundo.
Y doblegaré a Cerbero y Perséfone.
Y doblegaré mi curiosidad y mi ímpetu con un jirón de tela negra que arrancaré
de tu vestido.
Yo iré delante, adorable Eurídice.
Tú me seguirás.
Y mi corazón, acelerado por la emoción, sentirá tu presencia.
Y caminando a tientas, llegaremos a la superficie.
Y yo pulsaré permanentemente mi lira, con mayor inspiración que antes, para
alejarte de las serpientes y de los espíritus malignos.
No volverás al recinto de los muertos.
Yo no regresaré al inframundo.
Con mi lira encantaré a la parca.
Y la parca se olvidará de nosotros.
Y seremos eternos.
Y viviremos en el corazón soñador de los amantes.
Y viviremos en el corazón soñador de los poetas.
Y viviremos en el corazón soñado de los liróforos.
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